"Y pues V.M. escribe se le escriba y relate el caso por muy extenso, parescióme no tomalle por el medio, sino por el principio, porque se tenga entera noticia de mi persona; y también porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial, y cuánto más hicieron los que siéndoles contraria, con fuerza y maña remando, salieron a buen puerto."

El Lazarillo de Tormes

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domingo, 5 de abril de 2020

Vivir no es ver volver

"Las nubes dice el poeta nos ofrecen el espectáculo de la vida. La existencia, ¿qué es sino un juego de nubes? Diríase que las nubes son "ideas que el viento ha condensado"; ellas se nos representan como un "traslado del insondable porvenir". "Vivir escribe el poeta es ver pasar". Sí, vivir es ver pasar: ver pasar, allá en lo alto, las nubes. Mejor diríamos: vivir es ver volver."
Azorín, Castilla.


El "vivir es ver volver" azoriniano evoca siempre al Eterno Retorno de Nietzsche: esa perpetua vuelta hacia lo mismo, hacia lo idéntico a sí mismo; esa eternidad circular que siempre regresa al punto de partida y que hace que cada instante sea inextinguible. Azorín entendía esta idea circunscribiéndola a los ciclos y sentimientos vitales. "Mejor diríamos: vivir es ver volver. Es ver volver todo en un retorno perdurable, eterno; ver volver todo angustias, alegrías, esperanzas como esas nubes que son siempre distintas y siempre las mismas, como esas nubes fugaces e inmutables".

Hay momentos en el año que, por lo que significan, son sagrados para dar sentido a esa circularidad vital. Son como esas nubes que, aunque siempre distintas, coinciden consigo mismas. La Semana Santa es uno de esos espacios donde la vida se expande y se concentra, formando pareidolias, metonimias y metáforas; es uno de esos puntos de referencia donde uno se detiene, siente y reflexiona. Da igual si eres creyente, ateo o todo lo contrario. Todo lo que hay en ella (la simbología, la música, los olores e incluso los sabores típicos) hace que sea un tiempo propicio para que retorne el sentido, para no perder el rumbo, para saber dónde estamos y ordenar los sentimientos. La Semana Santa es brújula y guía de perdidos; es la rosa de los vientos que orienta la nave de la vida, es el islote donde puede descansar el náufrago para después reorientar el rumbo. 

Hoy es Domingo de Ramos y no ha habido retorno. Este confinamiento ha hecho que este año sea por fin distinto. Las sensaciones han sido otras. El pensamiento no acaba de encontrar asiento en esto que es y que no es. Ha habido gente que ha puesto música en los balcones, marchas procesionales, y han conseguido mostrar más intensamente la falta de lo que debería haber sido. Quieren mostrar la presencia, pero sólo consiguen manifestar la ausencia. No estoy juzgando esto: todos nos rebelamos contra la ausencia de lo que amamos. Es ante la presencia de la ausencia donde el amor se fortalece. La ausencia desespera, puede llevar a la locura, pero no destruye el amor, sino que lo hace más fuerte, más intenso, al menos al principio. Siempre me gusta buscar lo universal del sentimiento; aquello que a todos nos atañe. ¿Quién, alguna vez, no amó más durante la ausencia del ser amado? ¿No le estará pasando eso a mucha gente ahora? ¿Te estará pasando a ti, quizá?

"Pero véate yo y muera;
que no sé, rendido ya,
si el verte muerte me da,
el no verte, qué me diera."1

El No-Retorno de lo idéntico ha traído otras cosas conocidas, como la sensación de fracaso y de pérdida, de desamor y de angustia. ¿Acaso sí hay algo que retorna en estos días? El mundo se ha hecho más estrecho. ¿Quién nos devolverá los momentos perdidos? Hoy es Domingo de Ramos y, como tantos otros años, hace un día espléndido. Sin embargo, no se ve lo que hay más allá de la ventana. Atrapados en el torreón de Segismundo, como si estuviéramos presos en una pesadilla, por primera vez en la vida se abre nuestro círculo. Es paradójico que un confinamiento pueda sacarte de tu mundo. Produce asombro ver cómo, encerrados en nuestros espacios más íntimos, hemos perdido todas nuestras seguridades en apenas unos días. Esta novedad construida en el vacío deshumaniza. El tiempo circular es más humano que el lineal. Aún hay que aprender mucho de los griegos. Por primera vez, vivir no es ver volver. O, lo que es peor: vivir es ver volver el desengaño.

                                         

1. Segismundo dirigiéndose a Rosaura en La vida es sueño de Calderón de la barca.



Ojalá pronto seas tú la que vuelva con la vida.




domingo, 20 de marzo de 2016

Domingo de Ramos II


"Llenos de alegría, se pusieron a alabar a Dios 
grandes voces, por todos los milagros que habían visto. 
Decían:
¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor!
Paz en la tierra y Hosanna en las alturas.
Algunos de los fariseos, que estaban entre la gente,
le dijeron: -Maestro, reprende a tus discípulos.-
Él les respondió: 
-En verdad, en verdad os digo 
que si éstos callan, gritarán las piedras.-"
Lc. 19, 37-40

Paso de "La Burrica" de Cieza (Murcia) - Fotografía de Manuel Carpio
Un año más vuelve a ser Domingo de Ramos. Y menudo Domingo de Ramos. Hacía tiempo que no se dejaba caer uno tan bueno. Sol, aire tibio, aroma a flores, palmas frescas, 18 grados aproximadamente, y la vida en las calles. Gente que va y que viene con su palma, con su traje de chaqueta, con su túnica; gente que aparca los problemas por una semana y se lanza a la calle a disfrutar de la primavera y del buen tiempo. Personas que hace años que no se ven y que de repente se reencuentran, se saludan, se abrazan, se besan, se entusiasman... ¿Quién sabe? Tal vez regrese en estos días algún amor perdido. En Cieza, durante la Semana Santa, cualquier cosa es posible. Y es que la música en las calles, el aire que viene de la huerta con perfume de azahar, los pasodobles y marchas procesionales tras de un trono, el clima propicio que llama a la vida, y el sentirse uno de su pueblo como en ningún otro momento del año, hacen que reine un orgullo que se palpa, que dé gusto estar en Cieza, y que uno esté abierto a que vuelva cualquier cosa. Al fin y al cabo, qué es la Semana Santa si no un "perpetuo volver" año tras año, cual las nubes de Azorín, "siempre las mismas y siempre distintas", mas siempre en retorno perdurable.

Yo, como si la partitura marcara coda, y también mi alma fuera un perpetuo ritornello, no consigo separarme de mis tópicos. Siempre que pregono la Semana Santa hablo de amor, de música, de flores, de Azorín, de eterno retorno, de abrazos y achuchones en las calles, de parejas que se aman y que hacen recordar al alma dormida... Todo ello habría que enfatizarlo más, si cabe, gritando: ¡Carpe diem, tempus fugit, vita brevis! Porque aún más breve que la vida y más fugaz que el tiempo es la felicidad, que no dura un suspiro. Hay que pillarla al vuelo y disfrutarla mientras nos acompañe siempre huidiza.

Esta tarde, después de comer, he cogido el coche y me he ido a dar una vuelta por la huerta, el incensario ciezano. Y, si bien el tiempo no era tan esplendido como esta mañana, la vida estaba en el campo, igual que en la ciudad: estaba en los almendros, en los olivos y en los sauces, en los frutales en flor a la orilla del río... Soy testigo. Y es que durante la Semana Santa es la vida la protagonista y no la muerte. "¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde tu aguijón?" Es, pues, la vida en abundancia lo que importa. Y, aunque hubiere de venir la vida eterna, "coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto", por si acaso. Yo por aplicarme esta receta, esta semana me dejo la oposición que estoy preparando y voy a refrescar la garganta tomándome unas buenas cervezas con habas, olivas y boquerones. Y después... ¡Que la Magdalena me guíe!

¡Saludos a todos, y que paséis felices fiestas!



domingo, 29 de marzo de 2015

Domingo de Ramos


Hoy es Domingo de Ramos. La Semana Santa ha comenzado en Cieza con el tradicional desfile de La Burrica. Palmas, túnicas, música y olor a flores han inundado esta mañana la ciudad. Todas estas cosas hacen que el pasado vuelva intensamente a la memoria. Soy de los que piensan que en Semana Santa cualquier cosa puede evocar sensaciones, recuerdos, anhelos, sentimientos... Los tronos por la calle, la música, el aroma, y la gente ilusionada pueden hacernos recordar el amor y la alegría, o la esperanza de alcanzarlos, o su pérdida. Pueden hacernos añorar a los que un día fueron parte de estos desfiles procesionales y que hoy ya no están entre nosotros. Y pueden hacernos mirar hacia el futuro sabiendo que el día que nosotros, no sabemos cuándo, ya no estemos aquí para arrimar el hombro, otros vendrán a sustituirnos con la misma ilusión y alegría con la que hoy nosotros hacemos el relevo a los que nos precedieron. La Semana Santa nos demuestra que Azorín tenía razón cuando, en alusión al “eterno retorno” nietzscheano, decía que "Vivir es ver volver. Es ver volver todo en un retorno perdurable, eterno; ver volver todo –angustias, alegrías, esperanzas– como esas nubes que son siempre distintas y siempre las mismas, como esas nubes fugaces e inmutables.”

Y hablando del retorno inmutable de lo fugaz, centremos nuestra mirada en esos chicos y chicas de 14 ó 15 años que se acercan a contemplar los desfiles mientras estrenan amores, ya que pueden hacernos comprender, en ese primer amor de su inocencia, por qué siempre que llega la Semana Santa, uno se emociona, mira hacia el pasado, y recuerda. También ellos, quieran o no, ya siempre recordaran la Semana Santa y la llevarán grabada en su corazón. Y un día, con el paso del tiempo, descubrirán el porqué. Ya entrados en años, evocarán esos amores de primavera que ahora disfrutan por primera vez, cuando el aire huela a flores y suene La Tuna Pasa, La Cortesía o Los Dormis al pasar de La Burrica, en este pueblo que bien llamado fue “Perla del Segura”. Recordarán también, durante los días siguientes al Domingo de Ramos, cuándo y cómo perdieron esos amores, y lo harán cuando en la Procesión del Silencio escuchen Air de Bach o el Adagio en Sol menor de Albinoni; o cuando las bandas toquen Adoración, Mater mea o Semana Santa Ciezana al paso del Santo Cristo del Consuelo, del Ecce Homo o del Stmo. Cristo del Perdón. Y es que, debido al camino recorrido por cada uno de nosotros  –que puede ser religioso, cultural, amoroso, musical o de cualquier otra índole– la Semana Santa mueve nuestros afectos, y, al fin y al cabo, esto es lo que cuenta.


Miren, si no han tenido bastante con los jóvenes, a uno de esos viejos que contemplan, con la mirada nublada por los años, un Cristo en andas. Y si son buenos escrutando sentimientos y miradas, podrán ver en la suya, si amó mucho o sufrió mucho, si tuvo alguna pérdida irreparable en su vida, o si da gracias a Dios por algo que sólo él sabe y que ahora recuerda. Sin embargo, lo verdaderamente importante no es el viejo o su recuerdo –que también– sino lo universal de su sentimiento que a todos y a cada uno nos alcanza. La conclusión de que no somos tan distintos ni en el amar ni en el sufrir, y, quizá, tampoco en el vivir, de aquel Galileo que, según dicen, dio su vida por amor.
 
"Recuerde el alma dormida
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
fue mejor."