"Critón, debemos un gallo a Asclepio. No olvides pagárselo."
Aunque no está en absoluto claro, se cuenta que Sócrates en cierta ocasión dijo a Critón que le parecían inútiles los sacrificios a Asclepio, y que él sólo le sacrificaría un gallo si este dios le permitiera morir filosofando y rodeado de sus amigos. Las de arriba son sus últimas palabras.
Las páginas en blanco me ponen nervioso. Un horror vacui me asedia y tengo que empezar a escribir, aunque no sepa qué. ¿Será la vida una página en blanco que vamos llenando con nuestros actos, con manchas y borrones, e incluso, alguna vez, con trazos bellos? ¿O será, más bien, un camino marcado por el que vamos transitando letra a letra, paso a paso, cumpliendo lo que alguien ya escribió sobre nosotros? ¿Libertad o predestinación? ¿Caos u orden? ¿Dios o la nada? ¿La ciencia? ¿Qué ciencia? ¿Quién cree en la ciencia? ¿Qué sabemos? ¿Qué saben, y en qué creen, los que juegan a ser Dios? No digo los científicos: digo los que juegan a ser Dios. En cualquier caso, estoy aquí, delante de un papel que ya no está tan en blanco, escribiendo. ¿Por qué escribo? Quizá porque alguien me lo ha pedido o quizá porque necesito hacerlo.
La última entrada de este blog es de hace cinco años, y retomar la pluma después de tanto tiempo no resulta fácil. He perdido referencias, y puede ser que me haya deshecho de ciertos tópicos que me acompañaban constantemente, o que los haya sustituido por otros; no lo sé. Tendré que descubrirlo. Con la pandemia, el mundo se me presentó desencantado. De repente vi las cuerdas de las marionetas, las manos que movían los guiñoles. Antes había intuido algo, porque siempre me han interesado las finanzas y veía la manipulación en los mercados y la economía, pero no pensaba que esa manipulación pudiera llegar a todos los ámbitos de la realidad. El marco mental del que me había servido para interpretar el mundo ya no me valía; la tramoya había quedado expuesta ante mis ojos. Tenía que repensarlo todo, y dejé de escribir. ¿Era Matrix algo más que una película? ¿Era el mito de la caverna una verdad de siglos de una magnitud tal que el prisionero realmente era incapaz de darse cuenta de su estado? ¿Cómo había podido yo (¡yo!) ser tan iluso y estar tan engañado? La manipulación fue tanta que, en ese momento, se vio la mascarada y descubrí un mundo mucho más cínico y perverso de lo que había imaginado. Fuimos muchos los que nos dimos cuenta. El mundo era un casino turbio en el que unos actores guiaban a unos ciegos. Habíamos votado a corruptos que estaban a las órdenes de unas élites que los habían comprado a precio de saldo para hacer fortuna a nuestra costa.
En El Show de Truman, todos los actores son pagados y manipulan a Truman, salvo la chica que se enamora verdaderamente de él y que intenta salvarlo. Nuestros políticos son los actores del show y están a las órdenes de plutócratas que nos estafan y nos perjudican en el ámbito de la salud, del medio ambiente, de la economía, de la educación, de la justicia y de la guerra —esa guerra que destruye vidas y haciendas con armas pagadas a empresas privadas con nuestros impuestos; esa guerra que después permite que ciertos magnates y fondos de inversión se lucren con las reconstrucciones—.
Si soy sincero, si yo hubiera sido Truman, cuando hubiera descubierto el engaño, me habría callado y me habría aprovechado de todos los idiotas que estaban intentando engañarme. Pero la realidad no funciona así. Durante la pandemia fue el momento de mi vida durante el que más duro he trabajado. Yo no era el único Truman, y por lo tanto no podía aprovecharme de aquellos que todavía seguían actuando sin saberlo en el show. Uno no puede aprovecharse de un juego corrupto para poner las cartas a su favor, sino que lo que tiene que hacer es cargarse el juego, pero sin perjudicar a los que intenta salvar. Y más cuando esos son tus alumnos.
Fue el momento de grabar clases online, de contestar correos a alumnos y padres día y noche, de rellenar informes que no servían para nada —bueno, sí: para hacerte perder el tiempo y que no pudieras centrarte en lo realmente importante—. Fue el único momento de mi vida donde llevé agenda porque necesitaba organizar el trabajo por horas para dar abasto. En gran medida, se sabía lo que iba a pasar: había alumnos que no tenían ordenador o que directamente no se conectaban por no se sabía qué causa, por lo que se suponía que iba a haber un aprobado general, como de hecho ocurrió. Yo también podría haber desaparecido y haber dado el mínimo exigible, pero no: mis alumnos tenían que ser los mejores, tenían que ir bien preparados, pasase lo que pasase. Que los sinvergüenzas de los políticos y sus amos intentaran perjudicarlos, no implicaba que yo pudiera aprovecharme del juego, y no lo hice. Y por lo menos, en lo que de mí dependía, no consiguieron que una vez más triunfara el show de Truman.
Sin embargo, en aquel entonces todavía no era consciente de la magnitud del espectáculo. Tan solo tras años de investigación me he dado cuenta del entramado teórico-financiero, ideológico, político, jurídico, esotérico, religioso, sexual..., que hay detrás de todo esto, y de cómo los intereses de unos pocos condicionan la vida de todos. Una vez que conoces su lenguaje, sus formas, y cómo usan los símbolos para comunicarse entre ellos, ya no puedes ver otra cosa. Una vez que abres los ojos, ya no puedes volver a cerrarlos. Ves la manipulación en los medios de comunicación, en las redes sociales, en algunos personajes que parecen críticos, pero que llevan muy bien puesto el mandil, como Reverte; la ves también cuando te das cuenta de que alguno con coleta, disfrazado de amigo de los pobres, ha accedido a diputado a fuerza de pasearse por la Cuesta de las perdices de Madrid; la ves en cada una de las decisiones políticas que no van sino encaminadas a perjudicarnos; la ves en un sistema judicial amañado; y la ves, por último, sin que ello agote sus formas, en un sistema educativo corrupto que no está pensado, precisamente, para crear ciudadanos libres, sino vasallos de lo políticamente correcto.
Dicho esto, yo no quería escribir sobre nada en particular, pero tal vez, después de llevar cinco años sin escribir, esto le dé una continuidad al blog, que sigue teniendo por nombre Los caminos inciertos. Quizá la incertidumbre de los caminos que recorremos tenga que ver con lo que al principio decíamos. ¿Es la vida un camino cierto o incierto? El camino es incierto cuando dejamos de consentir que nuestra vida la dirija otro, cuando nos atrevemos a escribir nuestra propia historia, le pese a quien le pese. Según Píndaro, sólo hay un imperativo en la vida del hombre: "Llega a ser el que eres". Desarrollar la plenitud personal implica abandonar el show, pero también exige volver al show para ayudar a otros. Es lo que en el platonismo se llama dialéctica descendente: el que ha visto la realidad tal como es, tiene la obligación moral de volver a la caverna para intentar rescatar a sus antiguos compañeros de cautiverio. Es algo peligroso. A Sócrates, por eso, le dieron la cicuta. Sin embargo, sus amigos, a los que había salvado de tanta indigencia y de tanta oscuridad, le acompañaron hasta la muerte. ¿Qué ha cambiado desde entonces? Quizá nada: la filosofía sigue salvando, y algunos no entregaremos las armas porque lo diga otro. Nuestra respuesta es y será, aun cuando sepamos que estamos perdidos: ¡Μολὼν λαβέ!
"Honor a todos esos que en su vida Termópilas marcaron y las guardan." *
Le seguimos debiendo un gallo a Asclepio.
* Del poema Termópilas de K. Kavafis
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