Todo pasó una tarde de primavera. Ella estaba ahí, de pie, preciosa, y con su larga melena rizada oscilando al compás armonioso de la brisa tibia que hacía agradable aquella hora luminosa. Tuve en ese instante la sensación de estar entero, de estar completo... Sentí que al mundo no le faltaba nada para ser perfecto; que todo era armonioso, estable, eterno...
Me contenté tan solo con mirarla, y absorto me extasiaba contemplando su belleza. Deseé que nada cambiara, que aquel encantamiento permaneciera imperturbable para siempre.
Todavía evoco la sensación de aquel momento cada vez que recuerdo aquella tarde; aquella tarde que inundó de paz mi alma.
Son amores que duran un segundo, un minuto, tal vez; pero... qué plenos..., qué bellos... Nos regalan la eternidad por un instante.
Quién pudiera enamorarse cada día como aquella hermosa tarde de abril... Quién pudiera volver a enamorarse a cada instante de aquella preciosa muchacha que hizo, sin saberlo, mi vida más liviana... Todo giraba en torno a ella, mientras mi ser permanecía tranquilo gravitando alrededor del universo infinito de su belleza.
No dije nada. Tampoco era preciso hacerlo. Bastaba el silencio para aquel amor.
Audio
Audio