En la inmensa mayoría de ocasiones,
cuando intentamos enjuiciar una acción tendemos simplemente a ver si es buena o
mala, esto es, tendemos a juzgarla moralmente; pero los actos humanos se pueden
enjuiciar desde otras perspectivas diferentes e incluso alternativas a la
moral. Las acciones humanas, aparte de moralmente, se pueden ver desde el punto
de vista de la estética, por ejemplo. De este modo, podemos criticar una
acción, de la cual no se deriva nada malo, diciendo que no es de buen gusto. En
consecuencia, podemos decir que puede haber acciones que sin ser malas e
incluso siendo buenas podrían no ser bellas. Argumentos como el de que "es
que no hago mal a nadie" pueden ser rebatidos con un contragolpe estético
que apele al buen gusto a la hora de actuar, o a la amabilidad de la acción,
como ahora veremos. Pero, ¿qué pasa con las acciones malas desde este punto de
vista? ¿Se puede justificar lo malo desde la estética? ¿Puede lo malo, o mejor, lo malvado, ser bello? Bueno: habría filósofos
como Platón que darían un no rotundo a esta cuestión. Para el ateniense, lo
bello siempre tiene que ir acompañado de lo bueno, lo que él llamó "Kalokagathía".
Sin embargo, Nietzsche, por ejemplo, creía que había crímenes revestidos de una
absoluta belleza, y que ésta podía acompañar a lo malvado. A veces, el
hombre profundo (no la persona mala sin fondo de la que hablaba por ejemplo
Hannah Arendt) siente una atracción irresistible por lo malvado y por lo terrible.
Y es que, a veces, un crimen puede ser atractivo por la forma en que está
realizado, aunque se repudie el hecho.
Plantearé, ahora,
otra cuestión: ¿Puede ser jerárquicamente la estética superior a la moral?
¿Puede la Belleza ser soberana para un individuo? Kierkegard creía que sí (lo
que no quiere decir que él pensara que esto debía de ser así). Según él podía
haber una vida estética, una vida religiosa y una vida ética. En el caso de la
vida estética, el individuo vive abocado a los placeres y lo espera todo de
fuera de sí. En tanto que esto es así, el individuo que vive una vida estética
es un individuo pasivo y falto de libertad. Este tipo de vida puede tener una
falta de estabilidad o certeza, y por tanto, ya que no hay nada de necesario en
ella, puede abocar al individuo que la profese a la desesperación. Por
supuesto, un individuo apoyado en la estética no tiene que ser necesariamente
un individuo vulgar. El individuo que vive una vida estética, según kierkegard,
puede olvidarse de la desesperación y vivir una confortable vida burguesa. O
puede hacer de esta desesperación el sentido mismo de su existencia al creer
que es una desesperación heroica y a la que está destinado. Este creer que está
destinado confirma que el esteta no se considera libre y no asume las riendas
de su destino. La única salida consiste en escapar del autoengaño y hacerse
responsable de la propia vida. No obstante, es muy probable que, un individuo
así, viva toda su vida desesperado, engañado, y sin un sentido que encuentre
apoyo en la verdadera realidad de su ser.
Aunque en buena parte de lo dicho
estoy de acuerdo con Kierkegard, no me resisto a aceptar que la vida estética
no pueda aportar algún sentido. Es cierto que un individuo apoyado en la estética
necesita irremisiblemente de lo externo, y que, quizá, no podrá dar a su vida un sentido pleno, pero se acerca a lo externo desde su
fuero interno y desde sus concepciones estéticas que, una vez formadas, no
dependen de manera absoluta de lo externo. Así que podemos decir de la vida
estética sí puede tener un cierto anclaje en el interior del individuo. Como
dice Stuart Mill al final del texto que más abajo citaré completo,
Kierkegard habla "como si las complacencias y las aversiones de los
hombres hacia cosas en sí mismas indiferentes no estuviesen repletas de las más
importantes inferencias en lo tocante a todos y cada uno de los aspectos de su
carácter; como si los gustos de una persona no mostrasen que dicha persona es
juiciosa o estúpida, cultivada o ignorante, fina o burda, sensible o
insensible, generosa o sórdida, benevolente o egoísta, escrupulosa o
depravada"
Pero volvamos al tema principal:
esta idea de la estética como útil para enjuiciar los actos humanos de una
manera crítica me la descubrió John Stuart Mill en un pequeño texto en el que
habla de Bentham. Aquí os lo dejo:
"Este error, o mejor dicho, esta
limitación, le corresponde no en cuanto pensador utilitario, sino en cuanto
moralista declarado; y es compartida por él con casi todos los moralistas que
se han declarado tales, sean religiosos o filosóficos. [Dicha limitación] es la
de tratar la consideración moral de las acciones
y de los caracteres como si fuera la única, cuando, en realidad, es sólo una de
las tres por las que nuestros sentimientos hacia el ser humano pueden ser,
deberían ser y no pueden dejar de ser -a menos que nuestra naturaleza quede
aniquilada- influidos materialmente. Toda acción humana tiene tres aspectos: su
aspecto moral, que se refiere a su bondad o maldad; su aspecto estético, que se refiere a su belleza; su aspecto simpático, que se
refiere a sus cualidades amables. El primero
apela de suyo a nuestra razón y conciencia; el segundo, a nuestra imaginación;
el tercero, a nuestro sentimiento humanitario hacia el prójimo. Con arreglo al
primero, aprobamos o desaprobamos; con arreglo al segundo, admiramos o
despreciamos; con arreglo al tercero, amamos, nos compadecemos o rechazamos. La
moralidad de una acción depende de sus consecuencias previsibles; su belleza y
su amabilidad, o lo contrario, dependen de las cualidades de las que [dicha
acción] es evidencia. Así, una mentira está mal porque su efecto es engañar y
porque tiende a destruir la confianza del hombre en el hombre; es también algo
mezquino porque es un acto cobarde -pues procede de no atreverse a afrontar las
consecuencias de decir la verdad-, o, cuando menos, es evidencia de una falta
de poder para alcanzar nuestros fines haciendo uso de medios nobles y directos,
los cuales se conciben como pertenecientes a toda persona que tenga suficiente
energía o entendimiento. La acción de Bruto al condenar a sus hijos estuvo
bien, pues ello era ejecutar una ley esencial para la libertad de su país,
contra personas de cuya culpa no cabía duda; fue también admirable, pues hizo
evidente un grado extraordinario de patriotismo, coraje y autodominio; pero no hubo
en ella nada amable; [dicha acción] no nos permite presumir que hubiesen en
ella cualidades amables, ni nos permite presumir que faltasen. Si uno de los
hijos se hubiese metido en la conspiración por afecto hacia otro, su acción
hubiera sido amable, aunque no moral ni admirable. No hay sofistería que pueda
lograr confundir estos tres modos de considerar una acción; pero es muy posible
adherirse exclusivamente a uno de ellos, perdiendo de vista los otros. El
sentimentalismo consiste en poner los dos últimos por encima del primero; el
error de los moralistas en general, y de Bentham, es el de suprimir por
completo los dos últimos. Tal cosa ocurre, en grado preeminente en el caso de
Bentham: escribía y sentía como si la norma moral no es que solamente debiera
ser la más importante (que debería) sino la única; como si ella fuese la sola
maestra de todas nuestras acciones y hasta de todos nuestros sentimientos; como
si admirar o apreciar, despreciar o rechazar a una persona por una acción que
no produjese un bien o un daño, o que no produjese un bien o un daño
proporcionados al sentimiento albergado, fuese una injusticia y un prejuicio.
Llevó esto a tal extremo, que había ciertas frases que, como expresaban lo que
él consideraba que eran un aprecio o una aversión carentes de fundamento, no
podía soportar que se pronunciasen en su presencia. Entre estas frases estaban
las de buen
o mal gusto. Pensaba que era
una insolente pieza de dogmatismo en una persona, el que condenase a otra en
una cuestión de gusto; como si las complacencias y las aversiones de los
hombres hacia cosas en sí mismas indiferentes no estuviesen repletas de las más
importantes inferencias en lo tocante a todos y cada uno de los aspectos de su
carácter; como si los gustos de una persona no mostrasen que dicha persona es
juiciosa o estúpida, cultivada o ignorante, fina o burda, sensible o
insensible, generosa o sórdida, benevolente o egoísta, escrupulosa o
depravada."