"Y pues V.M. escribe se le escriba y relate el caso por muy extenso, parescióme no tomalle por el medio, sino por el principio, porque se tenga entera noticia de mi persona; y también porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial, y cuánto más hicieron los que siéndoles contraria, con fuerza y maña remando, salieron a buen puerto."

El Lazarillo de Tormes

jueves, 23 de abril de 2015

Reflexiones sobre Ética y Estética


En la inmensa mayoría de ocasiones, cuando intentamos enjuiciar una acción tendemos simplemente a ver si es buena o mala, esto es, tendemos a juzgarla moralmente; pero los actos humanos se pueden enjuiciar desde otras perspectivas diferentes e incluso alternativas a la moral. Las acciones humanas, aparte de moralmente, se pueden ver desde el punto de vista de la estética, por ejemplo. De este modo, podemos criticar una acción, de la cual no se deriva nada malo, diciendo que no es de buen gusto. En consecuencia, podemos decir que puede haber acciones que sin ser malas e incluso siendo buenas podrían no ser bellas. Argumentos como el de que "es que no hago mal a nadie" pueden ser rebatidos con un contragolpe estético que apele al buen gusto a la hora de actuar, o a la amabilidad de la acción, como ahora veremos. Pero, ¿qué pasa con las acciones malas desde este punto de vista? ¿Se puede justificar lo malo desde la estética? ¿Puede lo malo, o mejor, lo malvado, ser bello? Bueno: habría filósofos como Platón que darían un no rotundo a esta cuestión. Para el ateniense, lo bello siempre tiene que ir acompañado de lo bueno, lo que él llamó "Kalokagathía". Sin embargo, Nietzsche, por ejemplo, creía que había crímenes revestidos de una absoluta belleza, y que ésta podía acompañar a lo malvado. A veces, el hombre profundo (no la persona mala sin fondo de la que hablaba por ejemplo Hannah Arendt) siente una atracción irresistible por lo malvado y por lo terrible. Y es que, a veces, un crimen puede ser atractivo por la forma en que está realizado, aunque se repudie el hecho.
Plantearé, ahora, otra cuestión: ¿Puede ser jerárquicamente la estética superior a la moral? ¿Puede la Belleza ser soberana para un individuo? Kierkegard creía que sí (lo que no quiere decir que él pensara que esto debía de ser así). Según él podía haber una vida estética, una vida religiosa y una vida ética. En el caso de la vida estética, el individuo vive abocado a los placeres y lo espera todo de fuera de sí. En tanto que esto es así, el individuo que vive una vida estética es un individuo pasivo y falto de libertad. Este tipo de vida puede tener una falta de estabilidad o certeza, y por tanto, ya que no hay nada de necesario en ella, puede abocar al individuo que la profese a la desesperación. Por supuesto, un individuo apoyado en la estética no tiene que ser necesariamente un individuo vulgar. El individuo que vive una vida estética, según kierkegard, puede olvidarse de la desesperación y vivir una confortable vida burguesa. O puede hacer de esta desesperación el sentido mismo de su existencia al creer que es una desesperación heroica y a la que está destinado. Este creer que está destinado confirma que el esteta no se considera libre y no asume las riendas de su destino. La única salida consiste en escapar del autoengaño y hacerse responsable de la propia vida. No obstante, es muy probable que, un individuo así, viva toda su vida desesperado, engañado, y sin un sentido que encuentre apoyo en la verdadera realidad de su ser.
Aunque en buena parte de lo dicho estoy de acuerdo con Kierkegard, no me resisto a aceptar que la vida estética no pueda aportar algún sentido. Es cierto que un individuo apoyado en la estética necesita irremisiblemente de lo externo, y que, quizá, no podrá dar a su vida un sentido pleno, pero se acerca a lo externo desde su fuero interno y desde sus concepciones estéticas que, una vez formadas, no dependen de manera absoluta de lo externo. Así que podemos decir de la vida estética sí puede tener un cierto anclaje en el interior del individuo. Como dice Stuart Mill al final del texto que más abajo citaré completo, Kierkegard habla "como si las complacencias y las aversiones de los hombres hacia cosas en sí mismas indiferentes no estuviesen repletas de las más importantes inferencias en lo tocante a todos y cada uno de los aspectos de su carácter; como si los gustos de una persona no mostrasen que dicha persona es juiciosa o estúpida, cultivada o ignorante, fina o burda, sensible o insensible, generosa o sórdida, benevolente o egoísta, escrupulosa o depravada"
Pero volvamos al tema principal: esta idea de la estética como útil para enjuiciar los actos humanos de una manera crítica me la descubrió John Stuart Mill en un pequeño texto en el que habla de Bentham. Aquí os lo dejo:

"Este error, o mejor dicho, esta limitación, le corresponde no en cuanto pensador utilitario, sino en cuanto moralista declarado; y es compartida por él con casi todos los moralistas que se han declarado tales, sean religiosos o filosóficos. [Dicha limitación] es la de tratar la consideración moral de las acciones y de los caracteres como si fuera la única, cuando, en realidad, es sólo una de las tres por las que nuestros sentimientos hacia el ser humano pueden ser, deberían ser y no pueden dejar de ser -a menos que nuestra naturaleza quede aniquilada- influidos materialmente. Toda acción humana tiene tres aspectos: su aspecto moral, que se refiere a su bondad o maldad; su aspecto estético, que se refiere a su belleza; su aspecto simpático, que se refiere a sus cualidades amables. El primero apela de suyo a nuestra razón y conciencia; el segundo, a nuestra imaginación; el tercero, a nuestro sentimiento humanitario hacia el prójimo. Con arreglo al primero, aprobamos o desaprobamos; con arreglo al segundo, admiramos o despreciamos; con arreglo al tercero, amamos, nos compadecemos o rechazamos. La moralidad de una acción depende de sus consecuencias previsibles; su belleza y su amabilidad, o lo contrario, dependen de las cualidades de las que [dicha acción] es evidencia. Así, una mentira está mal porque su efecto es engañar y porque tiende a destruir la confianza del hombre en el hombre; es también algo mezquino porque es un acto cobarde -pues procede de no atreverse a afrontar las consecuencias de decir la verdad-, o, cuando menos, es evidencia de una falta de poder para alcanzar nuestros fines haciendo uso de medios nobles y directos, los cuales se conciben como pertenecientes a toda persona que tenga suficiente energía o entendimiento. La acción de Bruto al condenar a sus hijos estuvo bien, pues ello era ejecutar una ley esencial para la libertad de su país, contra personas de cuya culpa no cabía duda; fue también admirable, pues hizo evidente un grado extraordinario de patriotismo, coraje y autodominio; pero no hubo en ella nada amable; [dicha acción] no nos permite presumir que hubiesen en ella cualidades amables, ni nos permite presumir que faltasen. Si uno de los hijos se hubiese metido en la conspiración por afecto hacia otro, su acción hubiera sido amable, aunque no moral ni admirable. No hay sofistería que pueda lograr confundir estos tres modos de considerar una acción; pero es muy posible adherirse exclusivamente a uno de ellos, perdiendo de vista los otros. El sentimentalismo consiste en poner los dos últimos por encima del primero; el error de los moralistas en general, y de Bentham, es el de suprimir por completo los dos últimos. Tal cosa ocurre, en grado preeminente en el caso de Bentham: escribía y sentía como si la norma moral no es que solamente debiera ser la más importante (que debería) sino la única; como si ella fuese la sola maestra de todas nuestras acciones y hasta de todos nuestros sentimientos; como si admirar o apreciar, despreciar o rechazar a una persona por una acción que no produjese un bien o un daño, o que no produjese un bien o un daño proporcionados al sentimiento albergado, fuese una injusticia y un prejuicio. Llevó esto a tal extremo, que había ciertas frases que, como expresaban lo que él consideraba que eran un aprecio o una aversión carentes de fundamento, no podía soportar que se pronunciasen en su presencia. Entre estas frases estaban las de buen o mal gusto. Pensaba que era una insolente pieza de dogmatismo en una persona, el que condenase a otra en una cuestión de gusto; como si las complacencias y las aversiones de los hombres hacia cosas en sí mismas indiferentes no estuviesen repletas de las más importantes inferencias en lo tocante a todos y cada uno de los aspectos de su carácter; como si los gustos de una persona no mostrasen que dicha persona es juiciosa o estúpida, cultivada o ignorante, fina o burda, sensible o insensible, generosa o sórdida, benevolente o egoísta, escrupulosa o depravada."