"Y pues V.M. escribe se le escriba y relate el caso por muy extenso, parescióme no tomalle por el medio, sino por el principio, porque se tenga entera noticia de mi persona; y también porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial, y cuánto más hicieron los que siéndoles contraria, con fuerza y maña remando, salieron a buen puerto."

El Lazarillo de Tormes

domingo, 3 de septiembre de 2017

Posverdad e independentismo catalán


Hace ya unos cuantos meses que vengo escuchando la palabra posverdad de tertulia en tertulia. A mí siempre me impacta y me sorprende que un puñado de tertulianos, algunos de los cuales no tienen ni idea de filosofía, empiecen a usar y a abusar de un término filosófico que no saben lo que significa ni de lejos. El resultado de esto es que se devalúa el término y que, de repente, tenemos una palabreja de moda que queda muy bien usar en determinados círculos para dar una apariencia de falsa erudición y de profundidad impostada. Por otro lado, tenemos una élite más culta que la anterior que se distancia del término e incluso se burla de él con la pretensión de distanciarse, a su vez, de una masa deseosa de modas y novedades. 

Asumiendo, pues, que esto es un campo sembrado de habas, voy a intentar encuadrar el problema con algunas preguntas pertinentes: ¿Qué es la posverdad? ¿Es la época en la que vivimos la época de la posverdad? Si es así, ¿qué implicaciones éticas, políticas, sociales, antropológicas, científicas, religiosas, e incluso individuales y personales tiene esta cuestión? Estas preguntas son las que deberíamos tratar de responder, porque al responderlas estaremos entendiendo mejor nuestro tiempo, nuestro mundo, y, en definitiva, a nosotros mismos. Visto así, creo que el término deja de ser algo que pueda manosear cualquiera y adquiere su relevancia justa.

En este post no podré hacer frente a todas estas cuestiones, porque, de hacerlo, esto dejaría de ser un post y pasaría a ser un libro. Éste será un artículo en el que intentaré analizar el problema del independentismo catalán a la luz de la problemática de la posverdad. Sin embargo, antes procuraré clarificar un poco el término posverdad, atendiendo a la primera pregunta del párrafo anterior.

Para saber qué es la posverdad, lo primero que tenemos que hacer es atender al término mismo. Si hablamos de una pos-verdad, será porque antes existía una verdad que, o bien hemos rechazado, o bien hemos refutado, o, sencillamente, hemos destruido. Si aceptamos que antes había una verdad, el problema queda resuelto. ¿Por qué íbamos, desde la buena voluntad y la inteligencia, a rechazar o a negar la verdad? Si por el contrario, hemos descubierto que lo que creíamos que era la verdad no lo era, el término posverdad parece que no resulta del todo adecuado, pues lo anterior a esa posverdad no era la verdad. Y por último, si hemos destruido la verdad existente, espero que estemos preparados para crear nuevos valores, como bien afirmaba Nietzsche, y a la altura del nuevo hombre que viene, porque nos enfrentamos a la autodestrucción, si no creamos valores que estén por encima y que sean más nobles que esa verdad antigua. Sin embargo, yo descartaría esta última opción básicamente porque, desde mi punto de vista, no es posible. ¿Es posible destruir la verdad? En mi opinión, sería posible no verla, negarla, o no aceptarla en base a algún tipo de interés, pero no destruirla. Para destruir la verdad, hemos de aceptar que existe, y, si existe, ésta siempre estará ahí esperando que alguien la encuentre, la ame y la disfrute. La verdad, si es verdad, no se destruye. Decía San Agustín en sus Confesiones que Dios está "donde se saborea la verdad".

Sin embargo, esta primera cuestión no se agota en un análisis del término posverdad. Más bien simplemente empieza. Y es que hay otro término con el que también se hace referencia, y, tal vez de manera más acertada, a lo que hasta ahora hemos venido llamando posverdad: me refiero a la palabra posfactualismo.  El posfactualismo (y nuestra época es posfactualista) es una especie de propensión a renunciar a los hechos para explicar incluso situaciones de la vida cotidiana. Se habla de hechos alternativos y se dan explicaciones haciendo alusión a datos que es difícil o imposible contrastar, entre otras cosas porque muchas veces son inventados y no están apoyados en algo fáctico. El posfactualismo o posverdad contraviene, de manera consciente o inconsciente, la objetividad y cualquier método que pudiera considerarse científico. En el ámbito de la política, hemos llegado a un punto en el que los hechos no importan para hacer un análisis de cualquier cuestión o situación. Se obvian los hechos y se venden utopías a granel. Hace no mucho tiempo, para hacer un análisis político serio, había que contar con los hechos. En nuestra época parece que esto ya no sucede exactamente así. Y todo ello se manifiesta incluso en el periodismo profesional, que se ha dejado arrastrar por esta corriente de desprestigio de lo factual.

Actualmente, en España tenemos el problema del independentismo catalán como un caso que podría considerarse paradigmático de posverdad o posfactualismo. Los líderes independentistas están vendiendo que una Cataluña independiente es posible en el marco actual, y que ellos podrían declarar la independencia unilateralmente y mantener a Cataluña dentro de la Unión Europea. La realidad, sin embargo, es bien distinta. Cualquier observador mínimamente informado sabe que esas declaraciones no están en consonancia con los hechos actuales, ni con los que tendrían que darse de facto, para que eso fuera verdad. En primer lugar, el referéndum que quieren hacer no cuenta con ningún tipo de garantías, ni tan siquiera con unas mínimas garantías censales. O sea, que ya empezando por ahí, en el caso de que celebraran algo parecido a un referéndum, no tendría ningún tipo de validez objetiva. Por otro lado, para cambiar la Constitución Española, hace falta un proceso largo y en el que debe de haber bastante consenso, cosa que en la actualidad brilla por su ausencia. No basta con que un presidente de una comunidad autónoma declare la independencia de una parte del territorio para que eso surta efecto. Entre otras cosas porque no tiene ni la potestad ni el derecho ni la fuerza para hacerlo. Ni tan siquiera aunque contara con el apoyo del la mayoría de los ciudadanos catalanes. No obstante, en el caso de que fuera declarada la pretendida independencia, sin recurrir al mecanismo constitucional adecuado, y sin el consentimiento expreso de la mayoría de los españoles, ¿alguien podría decirme qué pasaría? La respuesta es que no pasaría absolutamente nada. Por eso Rajoy (que ahora de cara a la galería aparenta haberse puesto serio con este asunto) está tan tranquilo y no ha movido un dedo. Rajoy no ha movido un dedo porque no tiene que moverlo para que no pase absolutamente nada, aunque se declare la independencia de Cataluña. Por desgracia, la política de no hacer nada que practica nuestro presidente no es inocua para España, ya que implica que desde la Generalidad se permiten practicar una política de hechos consumados que está quitando derechos a muchos ciudadanos en Cataluña, sin que nadie plante cara a ese desafío continuo. Pero una cosa es no permitir por una parte, y consentir que no se permita por la otra, que se rotule en castellano (que ya de por sí es una aberración liberticida) y otra romper el Estado-Nación más antiguo de Europa.

No declararán la independencia. No creo que se atrevan. Los artífices de esta farsa saben perfectamente las consecuencias que podría traerles (a ellos sí, que no a España) una declaración unilateral de independencia. Inmediatamente, el Tribunal Constitucional anularía la declaración, y se podría destituir de sus puestos y ordenar detener a los responsables de esa declaración. Aunque ellos digan que no reconocen a la justicia española, la justicia española, y la ley, sí los reconoce a ellos, como afirmaba el otro día Arcadi Espada en este artículo. Los independentistas podrían ser juzgados (si algún juez valiente se decidiera a juzgarlos por los delitos verdaderamente cometidos y no por otros de segunda clase, como ha venido sucediendo hasta ahora) por golpistas, por alta traición, por sedición y por malversación de fondos públicos. Y es de suponer que ese tipo de delitos conllevan penas de cárcel elevadas y multas cuantiosas. En caso de ser necesario, si es que la cosa se fuera un poco de las manos, el gobierno simplemente recurriría a la Ley de Seguridad Nacional o al estado de excepción en el peor de los casos, o aplicaría el artículo 155 de la Constitución y se convocarían elecciones autonómicas en Cataluña. El artículo 155 dejaría de aplicarse cuando Cataluña tuviera un nuevo gobierno que reconociera la Constitución. El asunto no irá más allá en ningún caso. Y no creo que llegue ni mucho menos a esto. Por muy posfactualista que se sea, los hechos son los hechos. La realidad se impone, y el estado de derecho es muy fuerte. No se lo puede saltar cualquiera a la torera. Decía Rousseau que "la fuerza no engendra derecho", pero es que los independentistas no tienen ni el derecho a saltarse el derecho, ni la fuerza para saltárselo. Carlos Herrera, el otro día, en su programa en Cope, afirmaba que, para hacer una tortilla como la que quieren hacer los independentistas catalanes, lo primero que hay que tener son huevos, y después estar dispuesto a romperlos. No harán tortilla los políticos catalanes. Mientras tanto, miles de ciudadanos viven en una utopía permanente porque han creído a cuatro ladrones de guante blanco que lo único que quieren es declarar la independencia para ver si no los juzgan por lo que han robado a los catalanes y al resto de españoles. No lo conseguirán. Puede que consigan justo lo contrario, y acaben siendo juzgados por latrocinio y por cosas peores. España, aunque le pese a muchos, no es un estado tan débil, a pesar de sus múltiples problemas internos, de sus políticos cobardes, y de haber cometido el gravísimo error de dejar la educación en manos de las autonomías.

En definitiva, este afán por ignorar los hechos y por crearse una película propia es posiblemente la característica que mejor define a la posverdad. De momento, el problema real de Cataluña no va mucho más allá, porque aunque se soslayen los hechos, la realidad es tozuda y re-siste firme ante nuestras interpretaciones más falaces, utópicas o fantasiosas. Y cuanto más falaces son, más se resiste esa realidad que parece que no hiciera sino estorbar. La posverdad impuesta por los políticos independentistas sólo se sostiene por el continuo martilleo en las redes sociales y en los medios afines y no tan afines que entran al trapo de esas interpretaciones falseadas de la realidad, sin que ninguno de esos medios, ni tan siquiera los más serios, analice la situación objetivamente y desmantele el disparate. Todos han decidido seguirle la corriente al loco, igual que en la primera parte del Quijote, en la venta de Maritornes, todos los presentes deciden afirmar ante el barbero, al que Don Quijote ha robado la bacía, que aquello no es bacía sino yelmo de Mambrino. En este caso lo hacen por evitar un daño mayor, ya que Don Quijote está dispuesto a matar al barbero si se le ocurre intentar siquiera recuperar la bacía. Pero en el caso de Cataluña no termino de saber si es que nos hemos vuelto todos locos y nos hemos creído verdaderamente que la bacía es el yelmo de Mambrino. En medios nacionales tan reputados como pueden ser El País, o El mundo, se escriben artículos, un día sí y otro también, donde se avisa a Cataluña de que quedaría automáticamente fuera de la unión europea y de la OTAN, si se declarase la independencia de manera unilateral, y de que España podría vetar su entrada indefinidamente en la Unión, etc... Todo lo cual, no deja de ser cierto a medias. Y digo a medias, porque para que todo ello fuera verdad, el relato independentista tendría que ser cierto de cabo a rabo. Sin embargo, lo que verdaderamente sucede, aunque nadie avise a los catalanes de ello, es que no pueden declarar la independencia, y que, de hacerlo, esa declaración no tendría ningún efecto político práctico. Y lo mejor de todo: no tendrá ningún efecto aunque el gobierno no haga nada más que recurrir a los tribunales, que es lo que está haciendo. Pase lo que pase, en ningún caso tendrá el gobierno que hacer nada que esté fuera de la ley o de la Constitución para frenar este despropósito llevado a cabo por una banda de políticos sediciosos y ladrones que lo que quieren es ver cómo se escabullen del bar con el botín y sin pagar la cuenta. Ése es el verdadero problema: la cuenta del 3%, que después resulta que era del 4%.

Cuando te la juegas a doble o nada, la mayoría de las veces es nada. La mafia y la banca deberían saberlo.